• La mayoría de las casadas han sido contagiadas por sus maridos
BEATRIZ MESA
RABAT
"Piensas que tu vida será un infierno. Que te quemarán, te tratarán como un animal y serás repudiada por la familia tras engendrar a un monstruo llamado sida en contra de tu voluntad". Todo esto bulle en la cabeza de Hadiya. Los años de lucha se reflejan en su rostro, cansado y triste. Da la mano con la mirada baja, avergonzada. Aún así quiere hablar, sin poner rostro a su enfermedad, para que su testimonio sirva como prevención y esperanza de vida.Desde hace ocho años, Hadiya, de 52 años, es seropositiva. Un pequeño quiste se encargó de desvelar una enfermedad que solo su marido pudo contagiarle. "El sida lo mató en pocos meses. Pero no podrá conmigo porque mis hijos me necesitan", dice emocionada.
Sexo sin preservativo
Hadiya quiere creer que su marido se infectó a causa de las vacunas, y no por mantener relaciones sexuales con otras mujeres. Aunque reconoce que la mayoría de las casadas seropositivas "se contagian porque sus maridos frecuentan a prostitutas sin utilizar el preservativo". El 43% de las profesionales del sexo no usan preservativo, ya que sacan mayores ventajas económicas. "Los clientes les pagan el doble", señala Benalla Abdesamad, médico de la Asociación de Lucha contra el Sida en Marruecos (ALCS). Según Abdesamad, desde hace un lustro abundan las niñas menores de 16 años dispuestas a vender su cuerpo para llenarse el estómago. "Están desamparadas, la calle es su casa. Están condenadas a la cola, al pegamento, que les hace olvidar su precaria situación socioeconómica", explica.
El analfabetismo y la pobreza son las principales causas que abocan a muchas mujeres a ejercer la prostitución. "Un 32% mantuvieron su primer encuentro con un cliente cuando tenían 6 años. Este dato nos hace abrir de nuevo el debate de la pedofilia y la violencia sexual", dice en su informe la Organización Panafricana de Lucha contra el Sida en Marruecos (Opals).
Una amiga de Hadiya encajaba en la categoría de mujeres dedicadas al comercio de sexo sin prevención. Era seropositiva y acaba de morir. Es un claro ejemplo de la presión social y de la falta de información en el reino. "Los padres la encerraron en un hueco de la cocina, incomunicada con el exterior. ¡Como si fuera un perro!", comenta indignada.
La peor pesadilla
Este cercano caso le ha impedido enfrentarse a uno de sus peores miedos: anunciar a la familia que padece la enfermedad. "Mentir a mis niños me destruye cada día". Pero lo hará cuando deje de ser prisionera de los estragos del virus que la llevó a pensar en el suicidio. El sida era el fin. No abrazaba, ni besaba, ni siquiera tocaba a sus pequeños por temor a contagiarles. La ALCS la envió a una psicóloga que, según Hadiya, le enseñó mucho. "Puso un vaso de agua en la mesa y me dijo que bebiera; luego bebió ella para demostrarme que la enfermedad así no se transmite".
Con los especialistas ha entendido que el tratamiento precoz ralentiza la evolución del virus. Más optimista, está aprendiendo a vivir, aunque siempre bajo la psicosis de que será descubierta y producirá rechazo en los hijos, padres y amigos. "Esta sociedad conservadora piensa que Dios nos ha castigado porque hemos cometido un pecado". Ella también lo creía antes de padecerlo, y nunca dejó que sus hijos, que ahora tienen 15 y 17 años, fueran oyentes o espectadores de las campañas de la lucha contra el sida. Hoy les enseña cómo utilizar el preservativo para prevenir las infecciones. "Esto era impensable; siempre he sido muy conservadora y el tema era tabú en mi casa", asegura. Desde que el monstruo penetró en su vida, viaja por las calles del reino con preservativos y folletos de información para distribuir entre las profesionales del sexo. "La familia piensa que trabajo en esto porque no encuentro otro empleo, pero ayudar me sirve para sobrevivir emocionalmente". Según datos oficiales, casi 23.000 personas sufren el sida en Marruecos y el 70% son mujeres. Pero, según el doctor Abdesaman, la cifra real equivale al doble.De su bolso, Hadiya saca los dos botes de pastillas y los antidepresivos que la mantienen en pie. Pero lo único que la mantiene estable son sus hijos. "No me resigno por ellos. El monstruo acabó con su padre, pero no con su madre".
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